MILÍM: LA HISTORIA DE LAS DIÁSPORAS, CON ALICIA BENMERGUI – Cuando estalló la guerra Anglo-Boer en el Transvaal, en el sur de África, que duró de 1899 a 1902, tanto los liberales humanistas como los partidos de izquierda acusaron a los judíos de haberla propiciado. Los Boers (también llamados afrikáners) eran granjeros de origen holandés que se habían establecido en la zona de El Cabo a mediados del siglo XVII. Calvinistas y profundamente racistas, habían despojado a los aborígenes de sus tierras. Entre 1835 y 1845 hubieron de retirarse de esos territorios ante la presión de los colonos británicos y se establecieron en las zonas más norteñas de Orange y el Transvaal. Es en esta zona donde chocaron de nuevo los intereses de los colonos británicos (en su mayoría mineros) con los de los bóers (fundamentalmente ganaderos y agricultores). El descubrimiento de minas de diamantes en Kimberley y de oro en Witwatersrand en el Transvaal produjo la inmediata codicia de financistas y empresarios ante esta singular oportunidad. En la guerra anglo-bóer que durará desde 1899 hasta 1902 confluyeron, por lo tanto, factores tanto políticos como económicos, inherentes al fenómeno imperialista. Cecil Rhodes se destacó como uno de los principales instigadores del conflicto, hombre de negocios y gobernador británico de El Cabo, cuyo objetivo era conseguir para Gran Bretaña el dominio de todo el sur de África.
Esta guerra costó la vida de miles de soldados ingleses, se instalaron campos de concentración para la población boer, mujeres y niños fueron sometidos a un régimen de hambre absoluto. Las fotos de niños famélicos recuerdan algunas de las peores de la Shoá. Se quemaron las viviendas donde vivían las familias de los guerrilleros boers. El trato fue de una crueldad inaudita que avergonzó a las honradas conciencias británicas. La solución para quitarse tan molesta culpa fue sencilla: tanto los liberales como los socialistas y marxistas acusaron a los judíos de haberla desatado. Se señaló a Barney Barnato, uno de los millonarios hechos a sí mismos, con una enorme riqueza, nacido en Whitechapel, como uno de los culpables y responsables de esta guerra. El hecho de que muchos de los financistas judíos y capitalistas que se beneficiaron del boom minero tenían pocos lazos formales con el judaísmo más allá de las circunstancias del nacimiento, que competían entre sí, sin ningún espíritu de cuerpo, tuvo escasa importancia a la hora de dilucidar la verdad. Era muy sencillo achacar al judaísmo de estar en la base del imperialismo británico. Henry Hyndman, el fundador de la Federación Social Demócrata en 1881, escribía en el diario Justice que el judaísmo internacional era quien se hallaba detrás del rápido crecimiento de los intereses británicos en África del sur. No tenía en cuenta las acciones de Rhodes, pues consideraba que en 1896, 'Beit, Barnato y sus compañeros judíos' se proponían crear un imperio Anglo-Judaico que se extendería desde Egipto hasta la Ciudad del Cabo. Atribuía a la prensa que se hallaba en manos de judíos el apoyo a esta operación, aunque fue la totalidad de la prensa británica la que apoyó esa guerra. Esto desató la ira y la furia de los miembros judíos de la Social-Democracia. Lo mismo hizo Hobson con sus primeros análisis y cables que enviaba a Londres sobre el Imperialismo Británico. Los vínculos entre el capitalismo y los financistas judíos, específicamente en las publicaciones socialistas, fueron sorprendentes. En varios folletos se insinuó que los financieros judíos en el territorio boer, rico en diamantes y oro, fomentaron el conflicto. Era bien sabido que Barney Barnato y Alfred Beit eran dos de los principales empresarios judíos del territorio. Del mismo modo, cinco de las diez principales empresas mineras en Witwatersr
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